La espera de ese amor se volvió eterna, o yo ya era vitalicia del club de la desesperanza. Dejé de ver como algo posible la sola idea de enamorarme. Es decir, enamorarme de la persona correcta, ¿sería que en definitiva habrá alguien “correcto” a quien querer? ¿Alguien a quien corresponda entregar nuestro sincero cariño? Ciertamente no era esa la cuestión, yo ya había verificado que mi corazón sí estaba en condiciones óptimas de amar, entonces ¿cuál sería el inconveniente? El desacuerdo, supuse, estaría en que alguien pudiera contemplar siquiera el enamorarse de mí, ¿habría quién me correspondiera, de una buena vez por todas?
Poco a poco, el deseo inalterable de consolidar una pareja y descubrir finalmente cómo era qué se sentía, por qué el brillo en la mirada de quien estaba de novio era otro, qué tanto o tan poco me acostumbraría a cumplir un rol determinado… Cada expectativa fue diluyéndose. Al amor lo coloqué en un segundo plano, quizá un tercero o un cuarto todavía. Dejaría de ser indispensable, entendí, si hasta aquella etapa habría logrado subsistir sin él, mi vida continuaría aún en su ausencia
Poco a poco, el deseo inalterable de consolidar una pareja y descubrir finalmente cómo era qué se sentía, por qué el brillo en la mirada de quien estaba de novio era otro, qué tanto o tan poco me acostumbraría a cumplir un rol determinado… Cada expectativa fue diluyéndose. Al amor lo coloqué en un segundo plano, quizá un tercero o un cuarto todavía. Dejaría de ser indispensable, entendí, si hasta aquella etapa habría logrado subsistir sin él, mi vida continuaría aún en su ausencia
No hay comentarios:
Publicar un comentario
dejame tu mensaje